Análisis

¿Qué traerá el paquete de París? Una mirada a lo que podemos esperar de la COP21

Una serie de acontecimientos recientes nos pueden dar una idea de lo que podemos —y lo que no debemos— esperar de la COP21.
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La integridad de los ecosistemas y los derechos humanos deben ser elementos centrales del “paquete de París”. Foto: Le Centre d’Information sur l’Eau/Flickr.

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A medida que se acerca la tan esperada conferencia de París sobre el clima, aumentan las especulaciones sobre qué incluirá el llamado “paquete de París”. En términos de lo que este significará para los bosques, para el uso de la tierra y para los ecosistemas naturales, una serie de acontecimientos recientes nos pueden dar una idea de lo que podemos —y lo que no debemos— esperar.

En general, tenemos razones para ser optimistas respecto al acuerdo final. El actual borrador del texto es más atractivo que su versión anterior, al parecer los países lo están tomando en serio, y nos acercamos a París en medio de una ola de acontecimientos y anuncios. Entre ellos están la adopción de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), una declaración presidencial conjunta de los Estados Unidos y China sobre el cambio climático, y una declaración conjunta de China y Francia. Otro hecho positivo fue un anuncio del G7 para “descarbonizar” las economías a lo largo del siglo, y grupos religiosos budistas, islámicos y cristianos, incluyendo el Vaticano, han hecho declaraciones históricas que están configurando el debate y dándole al mundo la “intervención divina” que necesitaba. Adicionalmente, 147 países han presentado sus planes nacionales sobre el clima, conocidos como contribuciones previstas y determinadas a nivel nacional (INDC, por sus siglas en inglés), lo que muestra que un número sin precedentes de países han comenzado a poner en práctica políticas climáticas a nivel nacional.

Sin embargo, personalmente me preocupa que París no logre suficientes resultados, y que se generen expectativas de que las deficiencias podrán ser corregidas en los próximos años.

Los preparativos para París se sienten más reales, como si el mundo finalmente hubiera aceptado que es hora de hacer frente al cambio climático".

Stephen Leonard

DE COPENHAGUE A PARÍS

“Quienes no puedan recordar el pasado están condenados a repetirlo”. (George Santayana)

Una mirada al texto con el que estamos llegando a París sugiere que contamos con un mayor potencial de obtener resultados que el que teníamos en la COP15 de Copenhague en 2009. En febrero de este año, se elaboró el celebrado Texto de Negociación de Ginebra, de 86 páginas de extensión. Más adelante, el texto fue dividido en dos partes: una Decisión de la COP y un borrador de tratado. En julio, se había reducido a solo 12 páginas, y para principios de octubre, aumentó a 20 páginas; el componente propuesto de borrador de texto del acuerdo tenía apenas 9 páginas.

Sin embargo, durante la sesión más reciente, se expresaron algunas preocupaciones graves sobre lo mucho que se había dejado de lado, y es por eso que ahora llegamos a París con un texto de 54 páginas. En comparación, tan solo unas semanas antes de la COP15 en Copenhague, el texto tenía una extensión inmanejable de 200 páginas; no fue sino hasta mediados de la COP15 que logramos tener un texto de longitud similar al que tenemos hoy.

El acuerdo también parece ser de un tipo muy distinto al que desarrollamos hace seis años. En ese entonces, no contábamos con un acuerdo sobre un proceso impulsado a nivel nacional, que ahora sí tenemos a través de los INDC. En efecto, un sistema de abajo hacia arriba no solo es ampliamente aceptado hoy, sino que además se encuentra en marcha. En aquel entonces, las pérdidas y los daños seguían siendo un tema ausente que provocaba incomodidad en muchos, y el marco para la reducción de emisiones de la deforestación y la degradación forestal (REDD+) estaba aún lejos de ser desarrollado. Estos elementos han creado un mayor nivel de compromiso entre aquellos países que son más vulnerables y que no fueron captados por el marco legalmente vinculante del Protocolo de Kioto. El objetivo de lograr un acuerdo universal aplicable a todos también ha tenido avances muy importantes. A diferencia de lo ocurrido en Copenhague, ahora parece haber un deseo de no dejar de lado a nadie, y de lograr un equilibrio entre la mitigación y la adaptación.

Sin embargo, el mundo sigue encaminado hacia el calentamiento global, el cual superará los límites de seguridad en este siglo. Las evaluaciones de los INDC muestran que se espera que el mundo supere el límite de los 2 grados, con estimaciones de entre 2,7 y 3,5 grados de calentamiento de aquí al año 2100. La devastación social y ambiental asociada a este fenómeno en todo el mundo —que en parte ya se está sintiendo— no debe subestimarse. A medida que las Partes intenten corregir esta situación, la elección del momento oportuno y la ambición de sus metas serán elementos fundamentales. Una serie de argumentos sólidos de base científica sostienen que se requiere una “descarbonización” mundial total para el año 2050. Los políticos, sin embargo, pretenden desacelerar el ritmo y “empujar” este plazo hasta el año 2100. ¿Qué conviene entonces: desarrollar una evaluación de los INDC en el corto plazo y hacer más ambiciosas las metas, o avanzar sin rumbo fijo tratando de conseguir lo que podamos? Muchos consideran que contar con ciclos de compromiso espaciados cada cinco años es una buena manera de desarrollar un sistema sólido que permita una evaluación continua y ajustes incrementales regulares.

Los INDC presentados al 1 de noviembre de 2015 representan al 75 por ciento de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) y cubren el 86 por ciento de las emisiones mundiales. Muchos países incluyen disposiciones para realizar acciones en el sector de la tierra y en forestería, y REDD+ es mencionado en diferentes contextos de 39 propuestas, en su mayoría provenientes de países de los trópicos. En algunas circunstancias, los países se refieren a las políticas de REDD+ que ya se encuentran en marcha o que están siendo exploradas. En la mayoría de los casos, se hace referencia específica a que la consecución de REDD+ está condicionada al financiamiento. Los INDC dan una buena idea sobre el número de países que han iniciado el trabajo a nivel nacional para crear condiciones favorables a REDD+ y que esperan apoyarse en este marco como parte de su contribución. Si algo se desprende de estas INDC es que el financiamiento para la implementación y para la obtención de los múltiples beneficios de REDD+ será fundamental.

 

¿UN MUNDO SIN COMBUSTIBLES FÓSILES?

“Apresúrate lentamente”. (César Augusto)

Así pues, cuando se trata de aumentar la ambición y las acciones de mitigación, estás preguntan se generan: ¿Qué costo estamos dispuestos a aceptar para los ecosistemas? ¿Debemos tomar acciones para frentar el cambio climático sin ponernos límites o debemos crear salvaguardas contra consecuencias no deseadas? ¿Estamos preparados para compromenternos con “soluciones tecnológicas” cuestionables y potencialmente inseguras y emprender una implementación masiva de infraestructura de captura y almacenamiento de bioenergía con carbono (BECCS, por sus siglas en inglés) para poner fin a nuestra adicción a los combustibles fósiles? ¿O habrá incentivos para soluciones de energías renovables seguras y comprobadas?

Informes recientes muestran que podemos llegar a producir un 100 por ciento de energía renovable para el año 2050, pero ¿dónde está la voluntad política para lograrlo? ¿Y en qué medida los gobiernos permitirán que la industria de los combustibles fósiles frene estos avances?

En el futuro veremos una nueva combinación de soluciones energéticas, pero la naturaleza de esta combinación y los costos asociados que tendrá para el sector de la tierra, los bosques, la seguridad alimentaria, los pueblos indígenas y la biodiversidad aún son desconocidos (y motivo de especulación en los pasillos de las negociaciones sobre el clima).

Para quienes trabajan sobre el papel que tendrán el uso de la tierra, la biodiversidad y los bosques, las preguntas más urgentes son: ¿Garantizará el mundo la integridad ecológica dentro de un nuevo acuerdo sobre el clima? ¿O los ecosistemas, la biodiversidad y los pueblos que dependen de los bosques serán víctimas de nuestros esfuerzos mientras luchamos por sobrevivir a la crisis climática?

En años recientes, las negociaciones sobre el clima se han desarrollado en medio de una gran incertidumbre sobre el papel de los ecosistemas naturales y el grado en que los bosques, la seguridad alimentaria y REDD+ serán incluidos en el acuerdo.

Apenas en octubre pasado, la Coalición de Naciones con Bosques Tropicales, que comprende más de 50 países, emitió un comunicado en el que indican que el Acuerdo de París no podrá ser considerado exitoso si no es un fuerte reflejo de REDD+. Es sorprendente que este tema siquiera haya entrado al debate, aun con los miles de millones de dólares invertidos para poner en marcha medidas a nivel nacional.

Pero esto, por supuesto, forma parte de una negociación mayor.

El temor a que los bosques y los ecosistemas naturales sean utilizados como compensación y para justificar el uso continuado de combustibles fósiles sigue siendo una poderosa fuerza en las negociaciones. Debemos hacernos la siguiente pregunta: ¿Qué lugar tienen las compensaciones en un mundo donde los esfuerzos nacionales fallan en garantizar la seguridad climática de las generaciones futuras? Es probable que esta controversia alcance un punto crítico en París.

 

¿CÓMO SE VE EL TEXTO?

 “La integridad es un ecosistema”. (Michael Leunig)

Volviendo al borrador del texto del acuerdo: la versión de 9 páginas elaborada a principios de octubre fue deficiente, por decir lo menos. Se habían eliminado todas las disposiciones relacionadas con los derechos humanos o con el uso de la tierra, lo que no dejaba espacio para salvaguardas relacionadas con cuestiones tales como la protección social, la seguridad alimentaria, los derechos indígenas y la integridad ecológica. Se habían eliminado todas las referencias a sinergias y a vínculos entre acciones de mitigación y adaptación, y la única mención a los bosques parecía ser un error tipográfico donde se suponía que debía decir “financiamiento”.

No hace falta decir que este texto no tuvo una buena acogida cuando se inició la reciente reunión intersesional en Bonn.

La mayoría de referencias al uso de la tierra a lo largo del texto, tal como ha evolucionado, han sido asociadas con un nuevo conjunto de principios de contabilidad y transparencia. Cabe señalar que estos principios se refieren únicamente a un sistema de normas de contabilidad, y no se busca aplicarlos a acciones que puedan afectar a los bosques o a otros ecosistemas naturales. No queda claro cómo afectará esto a REDD+ y LULUCF (siglas en inglés de uso de la tierra, cambio de uso de la tierra y silvicultura) ni qué se puede extraer de las normas LULUCF del Protocolo de Kioto (si acaso), con todas sus complejidades y deficiencias. Al parecer, este trabajo prolongado, complejo y altamente político, pasará a formar parte de un programa de trabajo que se prolongará hasta el año 2016 y después.

Hasta hace poco, el texto de negociación no reflejaba muchas de estas cuestiones. Con suerte, no será un avance insuficiente y tardío. Sí vimos mejoras importantes en Bonn, y el texto ahora contiene opciones para la inclusión de los derechos humanos, los derechos de los pueblos indígenas y la importancia de garantizar la seguridad alimentaria.

El texto reconoce que el sector de la tierra cumplirá un papel fundamental en la lucha contra el cambio climático y llega al punto de proponer todo un artículo aparte dedicado a REDD+ (que para algunos es demasiado).

El texto que estamos llevando a París está bien equilibrado, tiene una buena redacción en lo que respecta a mitigación y adaptación y financiamiento, y pone énfasis en asegurar la integridad y la resiliencia de los ecosistemas naturales. Como corresponde, el texto actual pone en marcha un acuerdo razonable para desarrollar Principios y Directrices relacionadas con acciones en el sector de la tierra, que reflejan estas características. Dejar de lado estas disposiciones en el nuevo acuerdo sería un resultado desafortunado de la conferencia de París.

El trabajo pre-2020 será una parte importante de las negociaciones en curso de la CMNUCC luego de París; el proceso de análisis técnico también continuará, centrándose más en los esfuerzos de implementación y en priorizar el financiamiento. Esto es especialmente importante dado el papel que podría asumir la acción climática a través de iniciativas de la CMNUCC para lograr ODS tales como detener la deforestación para el año 2020, como una medida de corto plazo significativa e importante para la consecución de un objetivo a largo plazo. Este trabajo debe estar alineado con los compromisos de deforestación cero del sector privado y la Declaración de Nueva York sobre los Bosques de 2014. Sería útil que en París se llegue a acuerdos sobre orientación o decisiones que mejoren las acciones sobre estos temas, y cumplir con este y otros ODS pre-2020 que pueden contribuir a la mitigación y adaptación al cambio climático.

¿FINANCIAMIENTO PARA LOS BOSQUES?

 “El dinero a menudo cuesta demasiado”. (Ralph Waldo Emerson)

En el caso de los bosques y el cambio climático, la eternamente importante cuestión del financiamiento no parece estar resuelta. Nunca parece haber dinero suficiente. Sin embargo, este año, el Comité Permanente de Finanzas (SCF, por sus siglas en inglés) de la CMNUCC y el Fondo Verde para el Clima (GCF, por sus siglas en inglés) se han esforzado por llevar adelante el debate.

El Foro sobre los Bosques del SCF, celebrado en Durban (Sudáfrica) en septiembre, contó con la nutrida asistencia de los negociadores de uso de la tierra de la CMNUCC, académicos y la sociedad civil. Una serie de presentaciones sobre el financiamiento para los bosques identificaron la necesidad de contar con una amplia variedad de instrumentos financieros, entre ellos donaciones, préstamos en condiciones favorables, préstamos a tasas de mercado, capital, incentivos fiscales, seguros y garantías. Se destacó la importancia de los enfoques de paisaje, así como la necesidad de claridad sobre el acceso a los pagos por resultados del GFC.

Un estudio realizado por la Alianza Clima y Uso de la Tierra señaló que, hasta la fecha, el financiamiento de REDD+ ha incrementado la capacidad de monitoreo, reporte y verificación (MRV), la participación de los grupos de interés y el diálogo global sobre los bosques y el cambio climático. El estudio muestra que REDD+ ha tenido UN impacto político de bajo nivel, sin reducción de emisiones identificadas que puedan atribuirse a la iniciativa. El SCF ahora participará en la COP de la CMNUCC, con la recomendación de brindar orientación a la GCF para que ofrezca mayor claridad sobre el acceso a los pagos por resultados y para que ayude a los países en la implementación de REDD+.

A principios de noviembre, el GCF se reunió en Zambia, donde se presentaron los primeros ocho proyectos para su aprobación. Ninguno de ellos fue aprobado sin problemas. Se produjo una intensa polémica en medio de denuncias de que las consultas a los pueblos indígenas en relación con el proyecto propuesto en la Amazonia peruana habían sido insuficientes. (El proyecto busca alinearse con REDD+ y prevé medidas de adaptación, aborda el tema de la tenencia y busca mejorar los medios de vida de 120 comunidades de la provincia peruana de Datem del Marañón). El prolongado debate que se generó a continuación resaltó la necesidad de un mayor énfasis dentro del GCF sobre cómo las Entidades Acreditadas, los desarrolladores de proyectos y el propio fondo se involucran con las comunidades. La sociedad civil indígena expresó su preocupación por la falta de políticas sobre el tema, buscando que el Consejo desarrolle una política independiente sobre las consultas y el consentimiento libre, previo e informado (CLPI), en especial con los pueblos indígenas.

Finalmente, varios grupos pequeños redactaron un borrador de texto, en un intento desesperado por hallar una solución al final de la reunión. Luego de mucho debate, a las 3.30 horas del 6 de noviembre, el GCF aprobó sus primeros ocho proyectos, que se pondrán en marcha en Perú, Malawi, Maldivas, Fiji, México, Colombia, Ruanda, Kenia, Uganda, Senegal, Bangladesh, República Dominicana y Jamaica.

El GCF ahora llega a París con 20 entidades acreditadas, compromisos por 10.200 millones de dólares, alrededor de 6.000 millones de dólares en el banco y 8 proyectos valorados en 168 millones de dólares. ¿Pero es esto suficiente o no? Estoy seguro de que habrá opiniones diversas al respecto.

¿EL FINAL O EL PRINCIPIO?

 “Esto no es el final. Ni siquiera es el principio del final. Pero sí, quizá, el final del principio”. (Winston Churchill)

Seguimos escuchando que París no es el final sino el principio de una nueva era de acciones climáticas. Los convencidos insisten en que definitivamente habrá un acuerdo. Las bromas sobre un “bis” de la COP en 2016 son recibidas con expresiones de miedo y conmoción. Sin embargo, nos queda un largo camino por recorrer y aún siguen existiendo profundas divisiones entre los países desarrollados y aquellos en desarrollo.

En todos mis años de participación en las negociaciones sobre el clima, nunca he visto un año como este. Mientras que los preparativos para la reunión de 2009 en Copenhague se percibían como una suerte de despliegue publicitario, los preparativos para París se sienten más reales, como si el mundo finalmente hubiera aceptado que es hora de hacer frente al cambio climático.

Solo nos queda esperar que el acuerdo sea equilibrado en lo que respecta a mitigación y adaptación, que proporcione suficientes compromisos relacionados con el financiamiento requerido y que garantice que las personas y la biodiversidad estén protegidas contra el cambio climático.

Esperemos que el Acuerdo de París no deje de lado a nadie, y que los representantes de los países más vulnerables vuelvan a sus hogares e islas convencidos de que el mundo ha tomado una senda que no resultará en la pérdida de sus hogares, su patrimonio y su cultura.

Necesitamos que este acuerdo tenga un enfoque sistémico, que asegure la integridad y la resiliencia de los ecosistemas naturales y la biodiversidad, y que proteja a todas las personas. Un acuerdo centrado en la mitigation y el carbono no bastará. La integridad de los ecosistemas y los derechos humanos deben ser elementos centrales del “paquete de París”.

Y este paquete, que debe ser equilibrado en lo que respecta a necesidades sociales y ambientales,  lo necesitamos ahora, para diciembre de 2015.

Para más información sobre este tema, puede contactarse con Stephen Leonard en s.leonard@cgiar.org.

 

Este tema será desarrollado durante el Global Landscapes Forum: infórmese:

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